Lectura Bíblica: Gálatas 3
Versículo destacado: ““De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” Gálatas 3:24-25
Tema: Libres del ayo
Comentario: Hay palabras que aparecen muy pocas veces en el Nuevo Testamento, pero, sin embargo, es muy importante conocerlas. Comprender su significado amplía nuestro entendimiento del mensaje de las Santas Escrituras. Una de estas palabras es el término “ayo” que sólo aparece en dos versículos de la epístola a los Gálatas y en uno de 1 Corintios. En Gálatas 3:24-25, dice: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” y en 1 Corintios 4:15 dice que“aunque tengáis diez mil ayosen Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Pero ¿qué significa la palabra “ayo”? La palabra “ayo” es una traducción del vocablo griego “paidagogos” que las distintas versiones de la Biblia han traducido de diversas maneras como: ayo, tutor, maestro, guía, pedagogo, administrador, cuidador, etc. Sin embargo, ninguna de estas traducciones trasmite satisfactoriamente que era un “ayo” o “paidagogo” en la cultura grecorromana del primer siglo. El sistema educativo grecorromano era distinto al nuestro y por eso, tal vez, cueste captar o traducir la función que cumplía el “ayo” en la cultura antigua.
Hasta los siete años, el niño grecorromano estaba al cuidado de la madre, pero incluso entonces era el “paidagogos” quien guiaba y se ocupaba de la educación del niño. Este paidagogos era un esclavo que tenía a cargo el desarrollo moral, intelectual, cultural y social del niño. El paidagogos o ayo se hacía cargo de la educación del niño formalmente desde que este comenzaba a ir a la escuela hasta los dieciocho años. El paidagogos no era un maestro, según lo que nosotros hoy entendemos como maestro, sino que sus deberes consistían en: acompañar diariamente al joven hasta la escuela, para asegurarse que había llegado bien; cargar los libros y la lira del niño; vigilar su conducta en la escuela y en la calle; adiestrarlo en la moral y en el modo adecuado de comportarse. El paidagogo debía comprobar que el muchacho iba por la calle con la cabeza ligeramente inclinada; debía ver que daba la preferencia a los ancianos y que guardaba silencio en presencia de ellos; tenía que enseñarle buenos modales a la mesa y cuidar su porte. En fin, debía aleccionarlo en todo lo que tenía que ver con las buenas maneras y costumbres y con el buen comportamiento. El paidagogo era generalmente un esclavo de edad avanzada y de mucha confianza del padre de familia. Podemos sintetizar su labor como: hacer del muchacho lo mejor que podía ser. Es decir que el paidagogos tenía por finalidad dirigir al niño para que este llegara a ser un adulto de buen carácter, correcto, maduro, de sólidos principios morales, útil a la sociedad, respetuoso de la ética e independiente. Cumplidos los dieciocho años, cesaban los paidagogos sobre la vida del niño. Ya era un hombre preparado, libre, capaz de tomar decisiones correctas. Entendiendo este contexto histórico-cultural de la función del paidagogo, ahora comprendemos mejor el mensaje que quiso trasmitir el apóstol Pablo al escribir su carta a los Gálatas. La ley fue una guía, una tutora, una instructora por un tiempo limitado. De ella se pueden aprender importantes principios y valores. Pero, tiene un tiempo. Un tiempo acotado. Espiritualmente, la Ley fue nuestro paidagogos para llevarnos a Cristo. Cuando creímos en Cristo, el trabajo del ayo caduco. Se hizo obsoleto, porque alcanzamos la edad madura. La edad para no depender más de un ayo, un tutor, un sostén. Pasamos a ser nuevas criaturas identificadas con Cristo. Los discípulos de Jesús somos seres maduros y libres, somos ciudadanos del Reino Celestial que ya no estamos sometidos a la tutela de la Ley del Antiguo Pacto. En Cristo, ahora somos nuevas criaturas y podemos disfrutar de una nueva vida y libertad en el Espíritu. ¡Alabado sea Dios por eso!
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre sus vida!
En Cristo, Julio Fernández
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