Jesús de Nazareth fue una persona extraordinaria. Su breve ministerio en un rincón olvidado del mundo tuvo un impacto que transcendió el tiempo y dividió la historia. Su ejemplo de vida caló hondo en sus primeros discípulos y, aún hoy, nos llama a imitirlo. ¿Cómo vivió el Salvador del mundo? ¿Cómo se comportó Jesús hombre? Descubramos algunas virtudes de su deslumbrante personalidad……
Lectura Bíblica: Lucas 3:21-4:2
Versículo destacado: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años, hijo, según se creía, de José, hijo de Elí” Lucas 3:23
Comentario: Jesús de Nazareth fue completamente hombre y completamente Dios. Una sola persona con dos naturalezas: una humana y, otra, divina. En Jesucristo, Dios se hizo hombre. Jesús no tuvo sólo la apariencia de un ser humano, sino que compartió la naturaleza íntegra del hombre en espíritu, alma y cuerpo. En nuestro pasaje de hoy, Lucas se refiere a Jesús como ser humano. Por eso, reflexionaremos en cómo era Jesús, en cuánto a carácter, como ser humano.
Jesús, en sus días en la Tierra, fue el más humilde de todos los hombres. Esta es una de las primeras características de su carácter que debemos resaltar. Habiendo existido, desde la eternidad pasada en gloria y poder indescriptibles, Jesús fue capaz de vaciarse de todas sus prerrogativas y venir a morir en nuestro lugar de la forma más cruel y dolorosa. En Filipenses 2:8, leemos: “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. En toda su vida, él demostró – a través de su servicio y actitud – que era verdaderamente humilde. En el versículo 7 de Filipenses 2, se nos dice que Jesús “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo…”. La palabra siervo sería mejor traducida como “esclavo”. Es decir, que Jesús tuvo la actitud humilde de rebajarse hasta llegar a ser un esclavo por amor a la humanidad. Si bien, él abrió su boca para defender al pobre y al oprimido, a aquellos que no tenían esperanza; también, fue capaz de servir en silencio y de no abrir su boca para defenderse. ¡A pesar de las injusticias y agravios que se cometían contra él! Jesús mismo testimonió sobre lo que había en su corazón diciendo: “llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). En esta época de tanto egoísmo y vanidad, haríamos bien en tomar como modelo al humilde carpintero de Nazareth.
Jesús fue un pobre entre los pobres. Él no moró en palacios, aunque su realeza lo merecía. Jesús nació pobre, vivió pobre y murió pobre. Claro, él trabajó de carpintero y se sustentó con este oficio, pero nunca vivió una vida de riqueza y ostentación. Habiendo podido decidir otra cosa con su Padre Celestial, la decisión divina, fue no vivir como un rico y poderoso, sino como un pobre y humilde entre los olvidados del mundo. En 2 Corintios 8:9, San Pablo escribió: “porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Cristo padeció necesidades materiales y él mismo dijo: “las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Por eso, Jesús conoce, por experiencia propia, el dolor y el sufrimiento de los pobres. Cristo fue un hombre diligente y muchas veces estaba cansado. El recorrió los polvorientos caminos de Palestina y realizó un ministerio itinerante que, muchas veces, lo dejó extenuado. Trabajó esforzadamente anunciando el Reino de Dios y atendiendo a las personas. En Juan 4:6, por ejemplo, leemos: “Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo…”. Jesús, a veces, tenía que detenerse para encontrar descanso y mitigar su fatiga. Sabemos que, también, él acostumbraba retirarse a la soledad para buscar una comunión íntima con su Padre Celestial que le permitiera tomar nuevas fuerzas espirituales y superar el agotamiento mental y físico de su demandante ministerio.
Hoy, hemos visto que Jesús de Nazareth fue un hombre humilde, un hombre pobre y un hombre diligente y esforzado. Haríamos bien en tomar su modelo de carácter y aspirar a ser personas humildes, sin apego a las cosas materiales y diligentes y esforzados servidores de Dios y de nuestros prójimos.
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!
En Cristo, Julio Fernández
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