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Lectura Bíblica: Mateo 18:1-5,10-14; Mateo 19:13-15; Marcos 10:13 -16

Versículo destacado: “Jesús…dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios… Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” Marcos 10:14, 16

Tema: La bendición de los niños

Comentario: Jesús ama a los niños y, en los días de su ministerio terreno, dio clara muestra de esto. Los evangelios nos relatan una interesante costumbre que tenía Jesús. San Marcos relata que Jesús tomaba a los niños en sus brazos y “poniendo las manos sobre ellos, los bendecía” (Marcos 10:14, 16). En el tiempo de Cristo, no se acostumbraba que los niños se acercaran y, muchos menos, molestaran a las celebridades. Los niños debían mantenerse alejados de las personas, cosas y lugares importantes. Ellos no debían molestar ni entorpecer y, muchos menos, inmiscuirse en las cosas “de los grandes”. Había que mantenerlos “a raya”, bajo límites estrictos.

En los pasajes bíblicos que hoy leímos, vemos una situación que da vuelta las tradiciones de esos tiempos. Alguien importante está hablando, está enseñando. Es “Emmanuel”, Dios con nosotros, el joven y sabio rabino, Jesús de Nazareth. Los niños se acercan, quieren conocerlo, quieren escucharlo. Todos hablan de Jesús y, ellos, también se sienten atraídos a su extraordinaria persona. Se acercan, se escurren entre la gente y se topan con los discípulos de Cristo. Los apóstoles, al mejor estilo de su época, los frenan. Los quieren echar. “Este no es un lugar para los niños”, “acá se está hablando de cosas importantes”, piensan.  Intentan espantar a los pequeños. Jesús observa la situación y reprende a los apóstoles: “¡No! ¡No impidan que los niños vengan a Mí, yo también soy el Salvador de ellos”.

Esta no era la costumbre habitual de un rabino. Para enseñar se necesita tranquilidad, silencio, concentración. Esto, no es lo que realmente traen la hiperactividad y la inquietud de los niños. Sin embargo, Jesús los quiere cerca. Los invita a venir hacia él. Los acaricia tiernamente, les sonríe, los abraza y les da un lugar privilegiado junto él.  Y, no sólo eso, les da un lugar importante. Los mira a su altura, los mira a los ojos sonriendo y dándoles todo el valor que para él tienen. Con esa mirada los acepta, los ama, los valora, los exalta. Los niños se sienten queridos, amados, aceptados. Jesús y ellos están felices, viven el gozo del encuentro de un amor inocente, tierno, puro, íntegro, compasivo. Jesús los envuelve de aceptación y amor. Y, expresa esto con otro gesto, pone sus manos sobre ellos. Así, los bendice. Bendecirlos es una forma de darles, de desearles y transmitirles lo mejor. De desearles con todas las fuerzas y potencia del alma: prosperidad, salud y el gozo de una felicidad plena y abundante. ¡Bendecirles es pedir los mejor sobre sus vidas!

Hoy, la iglesia de Dios, tiene la misma actitud hacia los niños y se convierte en las manos, el corazón y los labios del Señor Jesús para bendecir a los pequeños. De aquí, nuestra ceremonia de bendición de los niños. Cada vez que bendecimos a una criatura, estamos siguiendo y evocando el ejemplo de Jesús. Un ejemplo que nos compromete. Nos compromete como padres y como iglesia. Bendecir a un niño, no es sólo actuar un vez en la vida para expresar unas palabras y una oración pidiendo protección. Bendecir a un niño es comprometerse con él y con Dios. Jesús dijo:“Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mateo 18:14). Jesús amaba a los niños y los bendijo; pero no se quedó ahí. Su amor fue tal que vivió una vida sacrificada por ellos – y por toda la humanidad – y terminó muriendo en el Calvario para regalarles la salvación y la vida eterna. Bendecir a nuestros niños hoy, también es tomar una actitud comprometida y sacrificial por ellos. Como padres y como iglesia.

Como padres, nuestro compromiso es proveer para ellos con tierno cuidado. Proveer protección, educación y, por sobre todo, aceptación y amor. Como iglesia, nuestro compromiso es seguir orando y velando por el bien de ese niño que presentamos a Dios en la ceremonia de la bendición cristiana. Debemos velar como comunidad por el bien físico y espiritual de esa criatura que Dios ha traído a través de sus padres y familiares hasta nosotros. Es decir, que bendecir a un niño ante la presencia de Dios no es algo mágico y sólo un evento social. Es mucho más que eso. La bendición de los niños es un hito. Un hito en la vida de ese niño y un hito en la vida de la comunidad de la fe. Los padres asumen ante Dios la solemne responsabilidad de ser ellos mismos conductos de bendición para esa pequeña vida que nuestro Padre Celestial ha delegado a su cuidado. Los padres serán responsables de proveer alimento, proveer cuidados y sustento físico. Pero también serán responsables de instruir al niño en los caminos de Dios. Serán responsables de transmitirle los valores y la fe en Dios. Serán responsables de orar por él y de acercarlo al Evangelio. La iglesia también será responsable. Orará por ese niño y por esa familia a la que se unió en oración el día de la ceremonia pública de bendición. Será responsable de enseñarles los caminos de Dios y de dar a esa familia todo el apoyo, el amor y la instrucción para que pueda crecer sobre una sólida base espiritual.

Hermanos y amigos cada vez que Dios nos siga regalando la bendición de un niño gocémonos juntos. ¡Jesús ama los niños y como Iglesia debemos ser trasmisores de ese amor! La bendición de un niño es un evento social gozoso y festivo y debemos celebrarlo con mucha alegría. Pero recordemos también que en la ceremonia de bendición, asumimos una seria responsabilidad. ¡La responsabilidad de ser agentes de bendición para esa pequeña y preciosa vida que Dios ha traído a nuestro altar!  

¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre sus vida!

En Cristo,  Julio Fernández