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Lectura: 2 Timoteo 2:22; 1 Timoteo 6:9-11; 1 Corintios 6:18

Versículo destacado: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” 1 Timoteo 6:11

Tema: Huyendo de lo que desagrada a Dios (segunda parte)

Comentario: Ayer, comentamos que la Palabra de Dios nos enseña a vivir con sabiduría y que vivir con sabiduría tiene mucho que ver con aprender a discernir los tiempos propicios para hacer cada cosa. La Biblia nos muestra que, a veces, debemos avanzar con fe en Dios; que, otras veces, debemos resistir en el lugar o la situación en la que estamos; y, por último, que hay otros momentos y circunstancias de los que debemos huir sin dilación. El Nuevo Testamento nos enseña que hay, al menos, cinco de estos casos en los que huir con premura es sabio. Ayer, analizamos los dos primeros. Hoy puntualizaremos los otros tres casos o situaciones de los que también debemos escaparnos con presteza.

El tercer caso, en que la Biblia nos aconseja huir, es el de las pasiones desmedidas e incontrolables. En 2 Timoteo 2:22, leemos: “huye de todo lo que estimule las pasiones juveniles…”   (Nueva Traducción Viviente). El mensaje es claro. Así, como José, el patriarca, salió corriendo de una situación peligrosa; nosotros debemos hacer lo mismo ante situaciones que impulsen la pasión o el desenfreno. Si bien Pablo señala a Timoteo que debe no dejarse llevar por la efervescencia de la juventud, el consejo se aplica a todas las edades. De cierto en la edad madura, también podemos “estimular” o dar riendas sueltas a “pasiones” tan fuertes como las de la juventud. El punto es no dejarnos llevar por actitudes o sentimientos sin control, desmedidos y desbocados que se aparten de la voluntad de Dios. El consejo apostólico es que huyamos de estas cosas y que, ni siquiera, les demos cabida ni las estimulemos. Una vez encendido el fuego, es difícil que el bosque no arda. Pero el consejo de San Pablo no sólo es pedirnos que huyamos del mal y del descontrol. Él también nos pide que apostemos al bien. No sólo se trata de huir de la tentación y del pecado, sino que hay cosas importantes en las que debemos enfocarnos. El apóstol enseñó: “sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (versículo 22). El consejo es seguir los valores cristianos y desarrollarlos. Es importante notar también que el consejo nos llama a fortalecer nuestras relaciones con nuestros hermanos en la fe, ya que son ellos los que nos ayudaran y nos motivaran a vivir para Dios. Es importante que nos alejemos de las malas relaciones que son de tropiezo. Hay relaciones y conversaciones que corrompen las buenas costumbres. El cristiano debe huir esas relaciones, charlas y ambientes que arruinan el alma y fomentan el desenfreno.

El Nuevo Testamento, enseña una cuarta situación de la cual debemos huir: el amor al dinero. En 1 Timoteo 6:9-11, Pablo nos enseña que “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. La advertencia es clara, no debemos tener avidez por el dinero y convertirnos en materialistas. No debemos vivir ansiosos por tener más y más cada día y sólo pensando en las cosas materiales. Nuestra sociedad está orientada al consumo. Nos ataca constantemente con publicidades para que compremos o adquiramos todo lo que podamos y siempre surgen cosas “mejores” para que no paremos de consumir. Para todo eso, necesitamos dinero y el conseguirlo y acapararlo se puede volver una obsesión que nubla y descarría nuestra existencia. La Biblia nos enseña a mirar la vida y pensar la existencia con los valores eternos y desde nuestra relación con Dios. Debemos invertir en los tesoros celestiales y, para esto, no podemos sólo vivir para acaparar bienes materiales. No podemos servir a Dios y a las riquezas. La avidez por el dinero esclaviza nuestra vida y no deja lugar para Dios. Debemos vivir con sencillez, contentos con lo necesario y enfocados en seguir el camino de Dios que está basado en “la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”. Estos valores son los que debemos esforzarnos por adquirir y desarrollar con todo nuestro ser.

Por último, la Palabra de Dios nos enseña que debemos huir de la fornicación. En 1 Corintios 6:18 leemos: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca”. La voluntad de Dios es la unión matrimonial entre un hombre y una mujer como base de la familia y de la sociedad. Toda relación íntima entre personas no casadas es fornicación. Dios nos creó varón y mujer y bendijo una unión comprometida entre ambos. Entre varón y mujer. Una unión matrimonial estable donde pudieran llegar los hijos y disfrutar de la seguridad, del compromiso y del amor de sus padres.  El matrimonio debe ser una relación de amor y compromiso que comienza con la declaración pública de un varón y una mujer de que se han elegido mutuamente. Esta declaración pública realizada durante los votos matrimoniales en la ceremonia de la boda deja excluida de la relación íntima a otras personas. Un hombre y una mujer se prometen fidelidad mutua ante Dios y otros testigos. Así, los cónyuges reciben la bendición y aprobación divina sobre su amor. El matrimonio es una institución creada por Dios y basada en el compromiso y la estabilidad del amor mutuo. El matrimonio cristiano es una unión monógama  y comprometida entre un hombre y una mujer que han buscado la bendición de Dios reconociéndolo como soberano sobre sus vidas. Toda relación íntima fuera del matrimonio va contra la voluntad de Dios.  Y, a esa situación, se la llama fornicación. Hoy, el matrimonio ha perdido la importancia que debería tener como institución creada por Dios y ha caído en desuso. La intimidad no es exclusiva y lleva, en algunos casos, los ribetes de una competencia o entretención deportiva. Ya no se considera valioso casarse y se ha tornado común la convivencia de un hombre y una mujer sin la aceptación del compromiso y del pacto matrimonial públicamente. Ya no se estila comprometerse solemnemente ante la sociedad  con la pareja elegida para dispensarse una promesa pública de fidelidad mutua ante los vaivenes de la vida. Esto contradice la enseñanza cristiana. Por otra parte, la inmoralidad se ha vuelto algo “normal”. El cambio de parejas es habitual y se vivencia sin ningún tipo de tabú. Esto contradice la voluntad de Dios y se nos exhorta a huir de este tipo de vida. La fornicación es un pecado contra el propio cuerpo y puede tener consecuencias devastadoras para la salud física y espiritual.

¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!

En Cristo, Julio Fernández