Lectura: Génesis 39
Tema: Huyendo de lo que desagrada a Dios (Primera parte)
Versículo destacado:“amados míos, huid de la idolatría”1 Corintios 10:14
Comentario: La Palabra de Dios nos enseña a vivir con sabiduría y vivir con sabiduría tiene mucho que ver con aprender a discernir los tiempos propicios para hacer cada cosa. La Biblia nos muestra que, a veces, debemos avanzar con fe en Dios, que otras veces debemos resistir en el lugar o la situación en la que estamos; pero también nos enseña que hay momentos y circunstancias de las que es mejor huir. Suelen darse situaciones en nuestras vidas durante las cuales quedarnos estáticos implicaría vivir fuera de la voluntad de Dios y nos pondría al borde de un precipicio y de un desastre espiritual. Por lo tanto, debemos estar conscientes de que, como siervos de Dios, hay momentos, situaciones y prácticas de las que vamos a tener que huir si queremos priorizar una sólida comunión con Dios. En estos casos, huir no es cobardía; sino, precisamente, todo lo contrario. Es ser valiente para superar la debilidad y seguir los caminos y la voluntad de Dios. Un claro ejemplo de esto, fue el patriarca José. José había sido vendido por sus hermanos y era esclavo en Egipto, un país extranjero. Parecía que todo iba mal en su vida y que Dios se había olvidado de él. Estaba solo, dolido por la traición de sus propios hermanos de sangre y parecía que el Dios de sus padres lo había desechado. Pero José conocía al Creador y confiaba en él más allá de la situación puntual que en ese momento de su vida estaba viviendo. José también conocía los mandamientos de Dios y estaba dispuesto a cumplirlos. Pero el momento de una gran prueba llegó. Un día, José estaba solo con la esposa de Potifar – su jefe – realizando su trabajo habitual. Pero esa mujer que estaba obsesionada con él, lo presionó al máximo. Génesis 39:10 -12 relata la situación diciendo: “hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella, aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo”. Estaban solos, aparentemente no había testigos, pero José conocía a Dios y su voluntad le era clara. El asunto era, en realidad, un asalto a su comunión y relación con Dios. José tomó una acción inesperada y brusca, la Biblia dice que “entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió” (vers.12). No era tiempo de dudas, había que huir. En nuestra vida cristiana, también hay tiempos y circunstancias de las que debemos huir para preservar la comunión con Dios.
El Nuevo Testamento nos enseña que hay, al menos, cinco situaciones de las que hemos de huir. Primero, debemos huir de la oposición que no está dispuesta a cambiar. Jesús dijo a sus discípulos que, cuando la persecución arreciara de manera obstinada y feroz, debían huir a otro lugar (Mateo 10:23). Los discípulos hicieron caso de esta advertencia y en Hechos 14:5-7 leemos un ejemplo. “Pero cuando los judíos y los gentiles, juntamente con sus gobernantes, se lanzaron a afrentarlos y apedrearlos, habiéndolo sabido, huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia, y a toda la región circunvecina, y allí predicaban el evangelio”. Hoy, en nuestro contexto, no vivimos este tipo de persecución extremadamente agresiva, pero si hay otro. Hay quienes insistentemente se oponen al evangelio de Jesucristo y de la gracia de Dios. Se oponen a nuestro mensaje, trabajan a nuestras espaldas, nos evitan y tratan de destruir la obra que Dios hace en nosotros y a través nuestro. La desprestigian, la minimizan, le restan importancia, no la valoran. Algunos, tal vez, han salido de nosotros; pero no nos oyen y han negado el evangelio de la gracia. Niegan que sólo en Jesús los cristianos estamos completos y que en él solamente hallamos toda plenitud y bendición espiritual. Se apegan a la dureza de ley o al delirio del “evangelio de la prosperidad”. Muchos no lo hacen abiertamente, pero con sus hechos demuestran que eso es lo que piensan. Otros, expresan agresivamente sus puntos de vista y nos atacan. Nuestro punto debe ser no enredarnos con estas personas. Cuando los apóstoles se toparon con gente que desestimaba el verdadero evangelio y que quería otra cosa distinta de la verdad, ellos los dejaron y huyeron. No perdieron más tiempo. Simplemente, huyeron no por cobardes, sino para seguir “pescando” en mares más propicios. Había otras personas que estarían dispuestas a recibir la verdad y aceptar el evangelio de Jesucristo. Nosotros, debemos buscar esas personas con corazón de ovejas sedientas y hambrientas por Jesús y la gracia de Dios.
Segundo, debemos huir de la idolatría. En 1 Corintios 10:14, leemos: “amados míos, huid de la idolatría”. Debemos adorar y rendir culto sólo al único Dios verdadero eternamente manifestado en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestra devoción es exclusiva para la Santísima Trinidad. Sólo tenemos un Dios y sólo reconocemos un único mediador entre Dios y los hombres, el Señor Jesucristo. No adoramos ni veneramos ángeles, vírgenes, santos, espíritus o personas vivas. No idolatramos a nadie: ni deportistas, ni políticos, ni religiosos, ni músicos, ni familiares, ni amigos. Nuestro amor y devoción es para Jesucristo, Rey de Reyes y Señor de Señores. Claro, puesto Jesucristo en el trono, en el primer lugar; luego, tenemos muchos afectos de variada intensidad. Tengamos presente que todo aquello a lo que le manifestemos apego y entrega total se constituye en nuestro dios. Así, si bien hoy no adoramos una imagen de piedra y la hacemos nuestro dios, siempre corremos el riesgo de levantar dioses antes los cuales nos rendimos, tal vez de una forma inconsciente y sin considerarlo propiamente “un dios”. Cosas buenas, las podemos llegar a “idolatrar”. Una pareja, nuestros hijos, un trabajo, el dinero, un objeto material, etc. Los cristianos debemos huir de la idolatría y todo aquello que nos desenfoque de Dios y lo desplace del centro de nuestra vida, es un ídolo. Es un ídolo porque quita nuestro tiempo, nuestro afecto y no nos deja espacio para Dios. Si analizáramos nuestras vidas pensando en esto veríamos que hay denominadores comunes. ¿Por qué no pude orar hoy? ¿Por qué no pude ir a la iglesia el fin de semana? ¿Por qué no dedique tiempo al estudio de la Biblia? ¿Por qué no visite a un enfermo? ¿Será porque estuve dedicando mucho tiempo al trabajo para hacer más dinero? ¿Será porque no puede perderme mis programas de televisión favoritos? ¿Será porque mi cónyuge, que no es cristiano, demanda siempre mi presencia sin límites? ¿Será que tuve que llevar a mis hijos al colegio, a deportes, a pasear, al médico, etc, etc? Si reflexionamos en estas preguntas y muchas otras que podemos plantearnos, tal vez, descubramos el altar de un “dios” que no sabíamos que habíamos erigido y ante el cual nos estamos postrando. Todas las cosas que mencionamos no son malas en sí, pero se convierten en obstáculos cuando no dejamos espacio ni tiempo para Dios en nuestras vidas. Derribemos esos altares y pongamos a Cristo en primer lugar. Y, hagámoslo, en nuestro corazón y con nuestros hechos. Todo lo demás, ¡Dios se encargará de cuidarlo!
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!
En Cristo, Julio Fernández
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