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Vivimos en un mundo vertiginoso y ajetreado. Los días se pasan rápidamente y, mientras corremos en pos de lo urgente (y muchas veces superfluo y vano), perdemos la trascendencia de lo importante y lo eterno. Como cristianos, necesitamos recuperar el sosiego de espíritu y la quietud del alma para vivir en una comunión íntima y transformadora con Dios. ¡Esto parece imposible en la era actual! Pero no debemos desanimarnos. La Palabra de Dios nos enseña como poner en orden nuestras prioridades y colocar en primer lugar nuestra relación más valiosa e importante.

Lectura Bíblica: Ezequiel 3:22-24

Versículo destacado: “Vino allí la mano de Jehová sobre mí, y me dijo: Levántate, y sal al campo, y allí hablaré contigo” Ezequiel 3:22

Comentario: El profeta Ezequiel recibió un llamamiento especial de Dios para llevar su Palabra al pueblo rebelde. Dios necesitaba preparar a su heraldo y, para esto, llamó a Ezequiel a un lugar apartado. Ezequiel necesitaba estar quieto, solo y prestar atención al mensaje de Dios. El Señor iba a hablarle; pero el profeta, primero, necesitaba aquietar su espíritu para poder recibir y entender la Palabra de Dios. Necesitaba estar a solas con Dios para recibir y comprender su misión en el mundo. Hoy, nosotros también necesitamos pasar tiempos en soledad con Dios. Necesitamos pasar tiempo en la presencia del Señor, diariamente. También necesitamos tener momentos de retiro periódicamente durante alguna parte del año. Es interesante notar que el llamado de Dios a Ezequiel es a salir “al campo” y la promesa que Dios le da, por hacer esto, es“allí hablaré contigo”. También era costumbre de Jesús, retirarse a lugares solitarios para mantener períodos de comunión íntima con Dios, para aquietar su espíritu y para escucharlo. Por eso, el ejemplo de Ezequiel y de Jesús – entre otros – debiera inspirarnos a buscar a Dios en la quietud del retiro. Un retiro planificado y solitario para presentarnos ante Dios en oración y en meditación de Su Palabra. Nada mejor para esto que alejarnos del trajín cotidiano y buscar la quietud y el sosiego en algún paraje natural que nos sea propicio. Pero, si bien estos tiempos de retiro son muy provechosos, no deben ser únicos. Necesitamos breves “retiros” cada día. A estos períodos, los llamaremos: “tiempos devocionales diarios”. Estos tiempos son momentos de íntima comunión con Dios. Son ratos apartados – en forma privada – para la oración, la lectura y la reflexión en la Biblia. Son los tiempos donde nos alimentamos comiendo el “maná de Dios” que es la bendita Palabra y donde llenamos los pulmones de nuestro espíritu, a través del oxígeno puro que nos llega por medio de la oración. Tanto en los tiempos de retiro en los lugares solitarios, como cada día en nuestro devocional diario, debemos disponernos a seis cosas: Primero, debemos estar atentos para oír la voz de Dios. Dios no es mudo, Dios continúa hablándonos hoy. Él nos habla, fundamentalmente, a través de la Biblia cuando la leemos, la estudiamos y cuando meditamos en ella. Segundo, debemos buscar conocer los pensamientos de nuestro Padre Celestial. Génesis 17:3, relata la experiencia de Abram, el que sería conocido como “padre de la fe”. “Entonces Abram se postró sobre su rostro, y Dios habló con él…”. Cuando Abram se postró buscando a Dios, Dios le reveló sus propios pensamientos mostrándole el plan que tenía para él. Cuando buscamos a Dios en la quietud de un tiempo privado en su presencia, podremos conocer mejor los pensamientos y planes de Dios. Tercero, debemos estar dispuestos a recibir y aceptar las órdenes y las promesas que el Señor nos dé. Esta fue la experiencia de Gedeón, por citar un ejemplo. Dios le mostró a este líder de su pueblo lo que debía hacer. Gedeón, en fe, debía obedecer. Y, él recibió una promesa divina. Si obedecía, recibiría la victoria. En Jueces 6:14, leemos: “Y mirándole Yahweh, le dijo: Vé con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te envío yo?”. Gedeón obedeció y, por su confianza en Dios, obtuvo la victoria prometida. Obediencia y fe en las promesas celestiales deben ir de la mano si hemos de cumplir la voluntad y el plan de Dios. Cuarto, debemos buscar, en estos tiempos de comunión, la bendición de nuestro Dios. Jacob necesitaba la bendición de Dios y se empeñó en obtenerla. En Génesis 32: 26, se relata la lucha que él sostuvo y, cómo, se aferró a conseguirla. El texto dice: “Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices”. Dios es la fuente de todos nuestros beneficios y bendiciones. A él, pues, debemos clamar con fe y persistencia para obtener su bendiciones que traen profundo disfrute, plenitud y sosiego. Quinto, debemos buscar entrar en la presencia de Dios para conocerlo mejor. Pasar tiempo en adoración y búsqueda de Dios, nos llevará a profundizar en el conocimiento de su persona. Cuando el apóstol Juan estaba adorando, de pronto, recibió una conmovedora revelación de la persona de Cristo. En Apocalipsis 1:12-16, se nos relata esa experiencia: “Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza”. Si bien esta fue una revelación extraordinaria y excepcional, todos aquellos que pasemos tiempo en la presencia de Dios recibiremos – sin duda – una manifestación cada vez más profunda de la persona de Dios, de su voluntad y de sus benditos caminos. Sexto, debemos aprender a abstraernos de todo aquello que no nos lleve a ver solamente a Jesús y su plenitud. El pasar tiempo en la presencia de Dios, nos llevará – ineludiblemente – a la exaltación y magnificación del Hijo de Dios. Exactamente eso fue lo que ocurrió en el trascendental suceso de la transfiguración del Señor. Los discípulos quedaron sorprendidos ante un evento extraordinario, pero – de repente – todo se esfumó “y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mateo 17:8). Nuestros tiempos devocionales siempre deben llevarnos a conocer mejor a Cristo y a exaltarlo. Deben llevarnos a prepararnos mejor para servirlo y para corresponder a su amor en obediencia y fe. ¡Qué nuestro Dios nos ayude a vivir en una actitud constante de búsqueda de Santa persona!

¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!

En Cristo, Julio Fernández