A veces, la vida nos congela con las gélidas ventiscas de sorpresas intempestivas y abrumadoras. Otras, nos ataca con dolores que calcinan nuestro ser bajo el sol de desiertos abrazadores. ¿Dónde está Dios en estos momentos? ¿Por qué nos ha abandonado? ¿Por qué parece haberse olvidado de nosotros y no nos responde?¿Por qué permite que tengamos que atravesar esos valles de sombra de muerte? Todos batallamos en algún momento con estas cuestiones. Ante esto, la Palabra de Dios nos exhorta a salir de nosotros mismos y a elevar nuestros ojos más allá de las circunstancias que nos toquen vivir enfocando en la Realidad más trascendente de todas.
Lectura Bíblica: Salmo 61
Tema: Dios, refugio y protección de su pueblo.
Versículo destacado: “Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas” Salmos 61:4
Comentario: Este Salmo comienza con la manifestación de una actitud totalmente teocéntrica que deja entrever un espíritu rendido, devoto y verdaderamente religioso del orante. El salmista está bien enfocado. Tiene problemas, está preocupado; pero no se enfoca en el problema. Se enfoca, más bien, en la fuente de toda solución, en quién puede resolver favorablemente su causa. Y, se acerca, reconociendo su pequeñez, su fragilidad mientras su corazón casi desfallece. Así, David ora a Dios suplicando: “Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare” (Salmo 61:1). Esta es la actitud de la verdadera religión, una actitud suplicante ante la altísima majestad de Dios. Y, en esta oración, enfocada en Dios totalmente, es que el salmista encuentra esperanza inmediata. De pronto, recuerda quién es ese Dios al que está clamando. Un Dios que ha sido para él,“refugio”, “torre fuerte delante del enemigo” (v.3) y que le permite estar “seguro bajo la cubierta de sus alas” (v.4).
El Dios de David es nuestro Dios y haremos bien en recordar quién es él cuándo oramos. Y, desde luego, en todo otro momento. Las Santas Escrituras nos enseñan que el Dios Altísimo protege a su pueblo, por tanto, nada debemos temer. Pero, ¿cómo nos protege? Veamos:
En primer lugar, Dios nos protege debajo de sus alas. Esta es una expresión metafórica que pretende ilustrarnos el gran amor de Dios. Así, como un ave cuida y protege a sus polluelos al abrigo de sus alas, así nos cobija Dios dándonos apoyo, contención, consuelo, abrigo, reparo y defendiéndonos de cualquier predador que quiera dañarnos (v. 4). ¡El amor de Dios nos protege!
Nuestro Padre celestial nos protege, además, debajo de la preciosa y bendita sangre de Cristo. En Apocalipsis 12:11, leemos: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero…”. Jesucristo ha vencido a todas las huestes del mal y nada ni nadie puede resistir su poder y autoridad. La victoria completa la obtuvo en la cruz del calvario donde nos compró redimiéndonos para siempre de toda maldición y condena. Por eso, quienes están “en Cristo”, nada deben temer porque son protegidos por esa sangre preciosa del Hijo de Dios. ¡La sangre de Jesús nos protege!
Por otra parte, los hijos de Dios son sostenidos por la misma mano que sustenta el universo, la mano poderosa del Creador. En Juan 10: 28-29, se registran las siguientes palabras de Jesús: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. ¡Dios nos protege en sus propias manos! ¿Quién nos arrebatará de las manos de Dios? ¡Nadie, pues él nos cuida y nos protege! Podrán arreciar los más fuertes vendavales, podrán azotarnos las más fieras tempestades; pero estamos seguros y permanecemos confiados, porque ¡las manos de Dios nos protegen!
Hay veces en la vida que, como si fuéramos fugitivos, necesitamos un lugar para refugiarnos, tomar fuerzas y descansar. Dios nos da ese refugio y nos “esconde” en su morada en los tiempos difíciles. En el Salmo 27:5, aprendemos que “él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal; me ocultará en lo reservado de su morada; sobre una roca me pondrá en alto”. Dios nos protege. Si el mal nos persigue, él nos esconde. Si la calamidad nos asalta, él nos da consuelo en lo más reservado de su hogar. Si las aguas nos inundan, él nos pone a salvo en un monte alto. Así, es nuestro Dios. Un Dios del que también dice el salmista: “El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente” (Salmos 91:1). Nuestro Padre Celestial nos da abrigo cuando quedamos helados por las gélidas ventiscas de la vida y nos da sombra cuando nos consumen los calcitrantes rayos de los desiertos abrazadores que, a veces, nos tocan atravesar. Dios mismo es quién siempre nos protege. Él es nuestro escondite, pero también es nuestra defensa. Él actúa como el escudo que actúa apagando todos los dardos de fuego del maligno, pues “mi escondedero y mi escudo eres tú” (Salmo 119:114). Alabado sea Dios, ¡con su propia persona nos protege!
Así, pues nada debemos temer. De distintas maneras, el mensaje bíblico es el mismo: ¡Estén confiados pues Dios los protege!
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!
En Cristo, Julio Fernández
0 Comments