Lectura: Colosenses 1: 12-14
Versículo destacado: “Pues Él nos rescató del reino de la oscuridad y nos trasladó al reino de su Hijo amado” Colosenses 1:13 NTV
Tema: Cambio de reinos.
Comentario: La versión “Nueva Traducción Viviente” vierte el pasaje de hoy de la siguiente manera: “Y den siempre gracias al Padre. Él nos hizo aptos para que participen de la herencia que pertenece a su pueblo, el cual vive en la luz. Pues él nos rescató del reino de la oscuridad y nos trasladó al reino de su Hijo amado, quien compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados” (Colosenses 1:12-14). Lo primero que aprendemos del pasaje es que siempre, debemos tener una actitud de gratitud a Dios. Nuestras bendiciones espirituales son inmensas y eternas, por eso, si somos conscientes de esos regalos divinos, debemos tener constantemente una actitud alegre y agradecida tal como dice 1 Tesalonicenses 5:18 “Dad gracias en todo, porque está es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. A continuación, Pablo nos recuerda que fuimos capacitados para recibir una herencia. Es decir, nos hizo: capaces, adecuados y competentes. No que nosotros hubiésemos logrado algo por medio de un trabajo esforzado, sino que fuimos por, la gracia de Dios, hechos salvos, justificados, limpios, santos y competentes. ¿Para qué? Para recibir una herencia, es decir las riquezas que pertenecían a otro. La Biblia dice que Cristo es quien es“heredero de todo” (Hebreos 1:2) y también dice que nosotros somos “herederos de Dios por medio de Cristo” (Gálatas 4:7). La herencia del cristiano, por lo tanto, es recibir – por su unión eterna a Cristo – todo lo que al Señor Jesús pertenece. Nuestra unión a Cristo también nos ha dado otro don maravilloso: libertad de la autoridad de las tinieblas. Al llegar a Cristo, todas las cadenas espirituales se rompieron, ya que Cristo es el verdadero y gran libertador. Conocer a Cristo y estar en él es ser verdaderamente libre. Libre de la esclavitud al pecado, al mundo, al maligno y a sus huestes de maldad. Cristo es la Verdad y conocer a Cristo nos hace verdaderamente libres para disfrutar una vida plena de comunión con Dios. Al ser libres de la potestad del mal, no quedamos a la derivada. Somos hechos ciudadanos del reino de Cristo. Tal como Pablo explicó:«nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Ahora, fuimos puestos en otro reino, en una nación santa de reyes y sacerdotes. Notemos que el texto no dice que seremos llevados a un Reino en el futuro, sino que “nos trasladó”, es decir, en el pasado “al reino de su Hijo amado”. Claro, cuando Jesús vuelva por segunda vez, él inaugurará su reino mesiánico en la Tierra; pero nuestro texto de hoy nos enseña que los creyentes ya serán parte de su reino, porque fueron hechos parte del mismo desde el día de su conversión. El cambio de reino que experimentan los creyentes en Cristo, si bien es gratuito para ellos; tuvo un alto precio para Jesús. Él debió pagar por redimir a su pueblo. Fuimos comprados (redimidos), pero no comprados para ser esclavos, sino comprados para ser libres. Tal es la benignidad del Señor. En la antigüedad se compraban a las personas para utilizarlas como objetos, para explotarlas. Ser comprado, significada perder toda dignidad y ser rebajado al rango de objeto. Nuestro Dios, por el contrario, nos compró para dignificarnos, para darnos plenitud, para darnos verdadera libertad. Y, más aún, para hacernos sus hijos adoptándonos como miembros de su familia. El precio de nuestro rescate fue muy alto. Dar vida a los hijos de los hombres, costó la sangre, la vida del mismísimo Hijo de Dios. Costó vida divina. Hoy, somos un linaje de sangre real. Así como compartimos la sangre con nuestros hermanos físicos, también compartimos la misma sangre con nuestros hermanos en la fe. Todos los creyentes nacemos de nuevo, por la misma sangre, la sangre bendita de Cristo Jesús. Compartimos la vida eterna que generó esa sangre. La sangre de Cristo nos abrió el camino para nacer y ser adoptados en la familia de Dios. Somos hijos de Dios por la misma y única sangre que puede salvar: ¡la sangre de Cristo! El efecto de la obra de Cristo, fue completo y absoluto. Cuando Jesús exclamó en la cruz “¡Consumado es!” la victoria espiritual fue plena y total. Ya no había más que agregar, no había más batallas que librar: ¡la salvación del hombre estaba concluida! Las huestes del mal fueron derrotadas y la salvación eterna ganada para toda la humanidad. Ahora, el hombre podía ser limpio y absuelto de la condenación eterna por su pecado. Tal como dice nuestro texto: “quien compró nuestra libertad y perdonó nuestros pecados”. “Perdonó” está en pasado. No debemos olvidarnos. Dios nos limpió y nos perdonó para siempre. ¡Nada ni nadie puede condenarnos porque nuestro Dios nos limpió y nos justificó! Nos hizo ciudadanos del cielo y nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Ya no somos andrajosos esclavos del mal y del pecado, sino reyes y sacerdotes por la obra transformadora de Cristo. ¡Andemos, pues, a diario, de manera acorde a nuestra verdadera identidad como hijos de Dios!
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!
En Cristo, Julio Fernández
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