Lectura Bíblica: Jeremías 23:5-6
Versículo destacado: “En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Yahweh, justicia nuestra” Jeremías 33:16
Tema: El Señor Dios es nuestra justicia
Comentario: Uno de los muchos nombres con que Dios se nos revela, en las Santas Escrituras, es Yahweh-Tsidekenu que significa “El Dios Autoexistente es nuestra justicia”.
En Jeremías 23:5-6 se registra la promesa de que, algún día, un nuevo Rey, descendiente de David reinaría sobre la Tierra. Este Rey, traería justicia al mundo y sería llamado “Yahweh, justicia nuestra”. Leamos esta profecía de Jeremías: “He aquí que vienen días, dice Yahweh, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Yahweh, justicia nuestra”. ¡Los cristianos reconocemos que esta profecía se cumplió en la persona y obra del Señor Jesucristo! Él trajo justicia y salvación a la Tierra e hizo que su pueblo habitara en paz con Dios por su obra en la cruz del Calvario. Así, Jesús, que era Yahweh en la carne, se convirtió en nuestra justicia eterna. Jeremías 33:16 reitera la misma promesa diciendo: “En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará: Yahweh, justicia nuestra”. Dios no miente, sus promesas siempre se cumplen y él cumplió ser nuestra justicia. ¡En Jesucristo, nuestro Dios que es justicia, también se volvió NUESTRA justicia por siempre por su obra perfecta y eterna en la cruz!
Nuestro Dios, verdaderamente, es ¡nuestra justicia! Para nosotros era imposible alcanzar la perfección moral y la justicia de Dios. La justicia es rectitud, es obrar de acuerdo a todas las santas normas, decretos y perfecciones de Dios. Para el hombre esto era imposible. El esfuerzo del hombre no alcanza ni obra la justicia ni la gloria de Dios.
Como parte de una raza caída, estábamos condenados al fracaso, a la frustración y a la decadencia moral por siempre. Nuestro pecado nos condenaba y, por más que Dios nos revelará su justicia, jamás alcanzaríamos a cumplirla. Nuestra condición era sencillamente desesperante. ¡No había la más mínima esperanza, si dependía de nosotros, que pudiéramos regresar a Dios! Tal como dicen las Santas Escrituras: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»(Romanos 3:23) y ¡no había ninguna posibilidad ni forma humana de alcanzar esa gloria divina!
Sin embargo, ¡nuestro Dios es Yahweh Tsdekenu! ¡Nuestro Dios se reveló a sí mismo, desde la antigüedad, como el Dios que se convierte en nuestra justicia! ¡Él mismo es el Rey de Justicia quien se convierte en nuestro justificador! Por eso, san Pablo escribió: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Romanos 3: 21-22) Jesús vino a la Tierra con una misión: revelarnos al Padre y llevarnos de vuelta a él. Para esto, él – que era un cordero sin mancha – aceptó el sacrificio de la cruz muriendo en nuestro lugar para que fuéramos justificados en su sangre. Tal como escribió el apóstol Pablo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21) Así, en Jesucristo, se reveló claramente al mundo este maravilloso nombre de Dios: ¡Dios es Yahweh Tsdekenu! ¡El Eterno es nuestra justicia!
Es sólo por la propia justicia de Dios, que podemos ser salvos. Es sólo por la propia justicia de Dios – que viene a rescatarnos en Jesucristo – que podemos volver a la casa del Padre. Porque es, esa justicia divina, la que nos cubre con ropaje reluciente de blanco lino fino. ¡Nunca son nuestras obras las que nos salvan, sino la santa justicia salvífica de Dios la que nos cubre! ¡Alabado sea por toda la eternidad nuestro Señor Jesucristo porque fue él quien nos hizo justos! ¡Exaltado sea nuestro Señor porque fue él quien nos vistió de ropa reluciente lavada en su propia preciosa sangre de justicia!
¡Qué la gracia y la paz de Dios sea sobre su vida!
En Cristo, Julio Fernández
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